Papeles inesperados

Monkey Business

Ahora ocurre en Suecia, la consabida broma de las pinturas de un artista que los críticos alaban y los coleccionistas compran. Se alza el telón: un chimpancé. Escándalo, frases del tipo “qué se puede esperar de un arte degenarado”, “antes había que saber dibujar”, “siempre habrá un idiota para crear un pillo”, etcétera.
Un regalo inesperado
     Fotos de los cuadros de Chimp en Paris-Match: son excelentes pinturas, los coleccionistas y los críticos tenían razón. Cualquiera de esas pinturas vale más que tanto Dupont o Fernández que andan por ahí. A los que se indignan de la "farsa" no se les ocurre pensar que Chimp ha embadurnado docenas de telas (como cualquier pintor) pero que un entendido ha seleccionado tres o cuatro para la exposición, exactamente como César elige un viejo motor de auto aplastado entre cien o doscientos y lo presenta como una escultura propia.
     Cuando descubro (como hace poco, en la rue Jacob) un admirable agarrache nacido de la superposición de diez afiches trabajados por la lluvia, los niños, los perros, el sol y los vientos, sé que tengo el derecho de desprenderlo del muro, firmalo y exponerlo. Mi visión y mi placer, últimos eslabones de una incalculable secuencia del azar, completan lo que se ha venido urdiendo, el juego de relaciones y tensiones, la estructura que la sensibilidad encuentra bella. Cómete tu banana, Chimp, tú y cualquiera pueden embadurnar telas, pero hace falta el otro que las mira y de la entera baraja saca la carta cargada de poder, el blasón de una poesía tramada entre muchos, desde tantas casualidades, a través de infinitas pérdidas, para dar de cuando en cuando una obra perfecta en la que algo han tenido que ver un chimpancé o un día de lluvia.

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